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LA CONEXIÓN DE LA TRADICIÓN ORAL INDÍGENA CON LA LITERATURA ES UNO DE LOS RASGOS MÁS CARACTERÍSTICOS DE LOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS. SIN EMBARGO, TODO TIENE UN ORIGEN. EN ESTE CASO, UN PERSONAJE QUE COMIENZA A ASENTAR LAS BASES DE ESTA CORRIENTE LITERARIA, INFLUYENDO DE MANERA NOTABLE EN SU DESARROLLO POSTERIOR Y RESALTANDO ESOS VALORES CULTURALES EN LOS PRIMEROS AÑOS. HOY, EN BACKSTAGE, QUEREMOS DESTACAR LA FIGURA DEL DENOMINADO COMO "PRIMER MESTIZO BIOLÓGICO Y ESPIRITUAL DE AMÉRICA", EL INCA GARCILASO DE LA VEGA.
 
 
Julián VÉLEZ
 

 
  
 

 
 
Pasear por las calles de Córdoba es como caminar por la historia. Una tierra en la que cada esquina te transporta a una época diferente y que parece que siempre tiene algo nuevo que contar. Así, caminando por sus calles es como llama mi atención la exposición Príncipes de las letras: Inca Garcilaso y Góngora, en la Mezquita Catedral de Córdoba. En ella se resalta la figura de un escritor e historiador mestizo nacido en Perú en el siglo XVI y que terminó enamorado de la ciudad cordobesa. El valor de su legado es muy importante tanto para la literatura como para la historia de la época de la conquista. Si bien la muestra se centra principalmente en los lazos existentes entre el Inca Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora, nosotros quisimos centrarnos sobre todo en el primero de ellos. Luis Palacios (Instituto Nauta), como comisario de la muestra y medalla de la Ciudad de Cuzco, es la persona que nos ofrece el recorrido por la vida, la obra y la forma de ver el mundo del Inca Garcilaso. Un relato que contado desde dentro de la Mezquita Catedral de Córdoba parece cobrar vida en cada frase.
 
Gómez Suárez de Figueroa (Cuzco, Gobernación de Nueva Castilla, 12 de abril de 1539 - Córdoba, España, 23 de abril de 1616), renombrado a partir de 1563 como Garcilaso Inca de la Vega, sigue siendo un auténtico desconocido para la gran mayoría. Este es un hecho que sorprende a la hora de analizar la trayectoria, la influencia y la trascendencia que su figura implica no solo para la literatura en lengua castellana, sino también para la narración de los primeros años de la conquista española de América. Y es que hablamos, sin ninguna duda, del personaje más emblemático del mestizaje hispanoamericano, un elemento relevante dentro del proceso cultural y de producción historiográfica en los tiempos de la conquista y la colonización de América. Inca Garcilaso fue uno de los primeros mestizos americanos, la consecuencia de las relaciones políticas e interraciales propias de la conquista.
 
Hijo del conquistador y noble español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas (Badajoz, Corona de Castilla, 1507) y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo (Cuzco, Imperio incaico, 1523). Su padre era bisnieto de Pedro Suárez de Figueroa, hermano de Lorenzo II Suárez de Figueroa, I Conde de Feria. Su madre era nieta de Túpac Yupanqui y sobrina de Huayna Cápac, los últimos emperadores incas como tales antes de que se produjera el enfrentamiento entre Atahualpa y su hermano Huáscar, conflicto que desembocaría en la Guerra civil incainca. Es decir, Gómez Suárez de Figueroa era un personaje con sangre noble por los cuatro costados. Fue un mestizo privilegiado dentro de las élites conquistadoras, aunque durante sus primeros años el vínculo con su familia materna estuvo muy presente. Estableció una relación directa con sus raíces culturales y aprendió las costumbres incas, adoptando el quechua como su segunda lengua.
 
 
 
  
 
 
  
 
El tronco familiar paterno del Inca desciende de cuatro de los grandes linajes españoles de la época: los Figueroa, los Vargas, los Sotomayor y los Mendoza De la Vega, a los que hace constante referencia. Así, pretende reivindicar la grandeza, la lealtad y la importancia militar de su padre para el Imperio español, ya que los cronistas de entonces lo tachaban de traidor y aliado de Gonzalo Pizarro. Un hecho más que significativo en su biografía fueron sus cambios de nombre, pasando de Gómez Suárez de Figueroa a Gómez Suárez de la Vega, a Garcilaso de la Vega, como su padre, a Capitán Garcilaso de la Vega y, finalmente, ya con cincuenta años, Inca Garcilaso de la Vega o Garcilaso Inca de la Vega, en honor a sus raíces maternas. Ni siquiera a través de su nombre le resultaba fácil aplicar esa simbología mestiza a su propia condición. Algunas fuentes también relacionan estos cambios con las circunstancias del momento. Todo hace indicar que su tío Alonso de Vargas es el que lo motiva a modificar su apelativo, pues existía otro personaje coetáneo de nombre parecido que era conocido por su morosidad, lo que le causaba ciertas complicaciones.
 
El Inca intentó continuar la carrera militar de su padre, participando en la Guerra de las Alpujarras en 1570, en la que incluso llega a ser nombrado capitán. Sin embargo, con el tiempo observa que la profesión militar no tiene para él ninguna repercusión en su sentimiento humano de manera intrínseca y espiritual, por lo que prefiere abordar su legado desde la escritura. El Inca empieza a desarrollar una nueva faceta en la que se va descubriendo a sí mismo a través de la prosa narrativa. Uno de sus primeros proyectos sería la traducción de Diálogos de amor, del original escrito por el filósofo y poeta portugués de origen sefardí Isaac ben Judah Abarbanel, más conocido como León Hebreo. Este trabajo publicado en 1590 le serviría como ejercicio preparatorio para sus siguientes obras. Es en este momento cuando comenzamos a ver ese componente histórico en la vida del Inca, en el que a través de su bellísima prosa trata de dar fe de lo que a sus ojos aconteció en América desde la llegada de los españoles.
 
La historia del Inca Garcilaso de la Vega no se puede entender sin su vínculo personal con Córdoba, España. Sus primeros años en la provincia cordobesa están ligados a la localidad de Montilla, lugar en el que vivió con su tío Alonso de Vargas desde 1561, permaneciendo allí durante treinta años, hasta 1591. Posteriormente se trasladaría a la ciudad de Córdoba, donde a lo largo de unos veinticinco años culminaría sus obras principales. En 1605 publica su primera aproximación histórica a las crónicas de las Indias, La Florida del Inca, y en 1609 haría lo propio con su obra cumbre, Comentarios reales de los Incas. En 1617 y a título póstumo sale a la luz Historia general del Perú, reconocida como la segunda parte de los Comentarios reales de los Incas. Este último libro comienza con la llegada de los españoles y finaliza con la ejecución del último inca de Vilcabamba, Túpac Amaru I, pasando por las guerras internas entre Pizarro y Almagro para apropiarse del Virreinato del Perú a costa del propio Imperio español.
 
 
 
 
 
 
  
 
Para poder hablar adecuadamente sobre La Florida del Inca, primero debemos realzar y conocer la figura del conquistador Gonzalo Silvestre. El Capitán Gonzalo Silvestre participó en la expedición del adelantado Hernando de Soto a La Florida en 1538, una expedición que se prolongaría hasta 1544 y en la que se embarcaron mil hombres, regresando tan solo trescientos a las costas de México. Entre los supervivientes de aquella odisea se encontraba Silvestre. Después de su retorno a España, el Capitán Silvestre influiría directamente en la producción de La Florida del Inca, proporcionando un primer borrador manuscrito y numerosos datos al Inca para que este pudiera relatar las distintas experiencias de los españoles en América. Por consiguiente, esta obra escrita por Inca Garcilaso de la Vega tiene un valor histórico excepcional, con un estilo muy rico en detalles perfectamente relatado por la elegante prosa de Garcilaso. El Inca toma toda esa colección de relatos orales para plasmarlos en su obra de una manera muy didáctica y representativa.
 
Los caminos de Gonzalo Silvestre y el Inca Garcilaso de la Vega se cruzaron en Cuzco. Silvestre había participado en las guerras internas entre Pizarro y Almagro, siempre de parte de la Corona española para intentar impedir la independencia del Virreinato del Perú. Sería allí, en tierras peruanas, donde se conocerían, ya que Silvestre era una visita asidua del padre del Inca, Sebastián Garcilaso de la Vega. Las casualidades del destino hacen que años más tarde vuelvan a encontrarse ante la corte, en Valladolid y Madrid. Mientras Silvestre solicitaba una recompensa por su contribución personal a la conquista de las Indias, el Inca reclamaba honores por la destacada aportación de su padre a la contienda peruana. Tras este encuentro, cada uno regresa a su lugar. Silvestre se asienta en Las Posadas, Córdoba, donde sería tratado de sus múltiples heridas de guerra. Allí consumiría sus últimos años de vida, llegando a ser regidor de Las Posadas, cargo que ocupó hasta su muerte en 1592. La cercanía con Montilla, a media jornada a caballo, permitió la fluida relación entre Silvestre y el Inca.
 
No sería posible conocer todo lo que rodea a nuestro protagonista sin mencionar La almoneda del Inca (subasta de los bienes públicos del Inca), un documento inédito que pone de relieve el estilo de vida del Inca y fundamentalmente su biblioteca personal. El Inca poseía una biblioteca de unos 200 ejemplares exquisitamente seleccionados para su formación y consulta. En esta subasta aparece un nombre relevante como es Bernardo de Alderete, filólogo, historiador y erudito malagueño e intimo amigo del Inca. Sería Alderete quien compraría el ejemplar de Historia general de las Indias de Francisco López de Gomara, un libro que se convertiría en una de los grandes fuentes del Inca a la hora de redactar sus Comentarios reales de los Incas. Otro nombre propio es el de Luis de Góngora, cuyas relaciones con el Inca iban más allá de la amistad debido al matrimonio de la tía de Góngora, Luisa Ponce de León, con el tío del Inca, Alonso de Vargas. Sorprende este vínculo tan directo entre un personaje nacido en Cuzco y el príncipe de las letras de los poetas líricos en lengua castellana. Ambos se encuentran enterrados en la Mezquita Catedral de Córdoba.
 
Desde su llegada a Montilla, Inca Garcilaso es considerado como un hijo por sus tíos. A principios del siglo XX, fue descubierta la Genealogía de Garci Pérez de Vargaso, con un manuscrito del Inca que nunca se publicó y que inicialmente fue configurado como prólogo para La Florida del Inca. En él, afirma Garcilaso lo siguiente: "Habiendo fallecido Alonso de Vargas sin descendencia, me adoptó sin ser yo merecedor de serlo". Debido a esta relación, el Inca y Góngora encuentran varias cuestiones comunes. En primer lugar, tras la muerte de Alonso de Vargas, el Inca recibe la mitad del patrimonio de su tío, mientras que la otra mitad recae en la familia Góngora. A finales de 1591, ya residiendo en Córdoba, el Inca compra la mitad restante de la herencia a los Góngora, siendo Don Luis el representante familiar. Pero los expertos aseguran que que la conexión entre ambos iba más allá de lo económico. En 1601, el Inca se establece en el mismo barrio que Góngora (Calle de la judería), a escasos treinta pasos de su casa. Si bien no existe garantía de ello, el vínculo familiar, la proximidad de dos personajes tan notables y la pasión de ambos por la literatura nos hace pensar que su relación era directa.
 
 
 
 

Luis Palacios, comisario de la muestra 'Príncipes de las letras: Inca Garcilaso y Góngora' y medalla de la ciudad de Cuzco. / Julián VÉLEZ

 


Libros de Inca Garcilaso de la Vega: 'Comentarios reales de los Incas', 'Historia general del Perú'. 'La almoneda del Inca'. / Julián Vélez
 

 

 
 
El elemento más trascendente dentro de toda la carrera literaria del Inca Garcilaso de la Vega es indudablemente su obra cumbre, Cometarios reales de los Incas. Esta crónica excepcionalmente relatada refleja con claridad el orgullo que sentía el Inca por sus raíces indígenas, resaltando los valores de la sociedad incaica y su conexión con la tierra y la naturaleza, tanto en lo divino como en lo mundano. Entre otros aspectos, esta obra describe la organización de una sociedad escalonada como la de los incas. Asimismo, nos explica el lugar que ocupaban los templos dentro de dicha sociedad y la importancia de difundir sus valores y sus costumbres, transmitidos de generación en generación mediante lenguajes desconocidos hasta entonces para el Viejo Mundo como eran los pictogramas. Toda esta información ha podido llegar hasta nuestros días gracias a la gran labor histórica de hombres como Inca Garcilaso.
 
El Inca Garcilaso fue cultivado en dos lenguas y formado por jesuitas españoles en el Cuzco, donde aún tenía un fuerte arraigo por sus raíces indígenas. Por tanto, podemos imaginar que el Inca Garcilaso introdujo muchos cambios en el método de escritura de su época gracias a su conexión con ese mundo incaico. Ya desde Diálogos de amor podía observarse el interés del Inca por la historia de las Indias de América, con relatos que irían más allá de la propia Florida: "... es entender yo, si no me engaño, que son éstas las primicias que primero se ofrecen a V. R. M. de lo que en este género de tributo se os debe por vuestros vasallos los naturales del Nuevo Mundo, en especial por los del Perú, y más en particular por los de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de aquellos reinos y provincias, donde yo nací. Y como tales primicias, o primogenitura, es justo que, aunque indignas por mi parte, se ofrezcan a V. C. M. como a Rey y señor nuestro, a quien debemos todo lo que somos". (Dedicatoria al Rey; Montilla, 19-1-1586; De la Vega).
 
La capacidad lingüística del Inca Garcilaso de la Vega era muy rica y variada. El buen gusto por la belleza a nivel oral se traduce a nivel escrito y puede observarse perfectamente en su obra. Este refinamiento lo ha llevado a ser considerado como un digno escritor, situándose a la altura de los más célebres de la época. Es más, fue objeto de dedicatorias por parte de grandes personajes que compartieron tiempo con él y supieron valorar su trabajo, como los mencionados Bernardo de Alderete y Luis de Góngora (incluso le dedica un poema en latín) o el dramaturgo Francisco de Castro. El Inca era un adelantado a su tiempo y aún hoy en día sigue dejando lecciones para el presente y el futuro. En los Comentarios reales de los Incas pretendía, por un lado, equilibrar el peso de la mujer en la sociedad, y, por otro, generar una unión de igualdad entre España y Latinoamérica ("A los hijos de español y de india o de indio y española nos llaman mestizos").
 
El Inca Garcilaso de la Vega reivindicaba constantemente su mestizaje y su linaje, así como su dualidad incaica y española, y lo haría hasta el fin de sus días. Defendía la opinión de que dentro de las mezclas también existe la pureza. Además, lo hacía con el énfasis que le otorgaba ser descendiente de los reyes incas y del corregidor y justicia mayor de Cuzco, el Capitán Garcilaso de la Vega, su padre. En definitiva, el Inca Garcilaso es el paradigma del mestizaje y de la importancia de la interculturalidad, que ya en su época empezaba a ser cada vez mayor. El principal objetivo de este escritor e historiador no era otro que reivindicar que en todos los lugares haya un espacio para cada uno de nosotros. Su discurso a favor de la interacción entre diferentes culturas está presente incluso en su propia muerte, pues sería enterrado en un edificio repleto de contrastes como la Mezquita Catedral de Córdoba, donde aún permanece. Para finalizar, ponemos el broche con un extracto de Comentarios reales de los Incas, la gran obra del Inca Garcilaso de la Vega, el primer gran ejemplo del mestizaje universal.
 
   
 
  
  

    
 
       "A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias; y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él. Aunque en Indias si a uno de ellos le dicen sois un mestizo, lo toman por menosprecio. (...) De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes, lloraban sus Reyes muertos, enajenado su Imperio y acabada su república, etc. Estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: «Trocósenos el reinar en vasallaje... etc.». En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas. Pasando pues días, meses y años, siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que, estando mis parientes un día en esta su conversación hablando de sus Reyes y antiguallas, al más anciano de ellos, que era el que daba cuenta de ellas, le dije:
       - Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es lo que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticia tenéis del origen y principio de nuestros Reyes? Porque allá los españoles y las otras naciones, sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus Reyes y los ajenos y al trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis de ellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas?, ¿quién fue el primero de nuestros Incas?, ¿cómo se llamó?, ¿qué origen tuvo su linaje?, ¿de qué manera empezó a reinar?, ¿con qué gente y armas conquistó este grande Imperio?, ¿qué origen tuvieron nuestras hazañas?
       El Inca, como holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta de ellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces) y me dijo:
       - Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón (es frase de ellos por decir en la memoria). Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir; vivían de dos en dos y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra. Comían, como bestias, yerbas del campo y raíces de árboles y la fruta inculta que ellos daban de suyo y carne humana. Cubrían sus carnes con hojas y cortezas de árboles y pieles de animales; otros andaban en cueros. En suma, vivían como venados y salvajinas, y aun en las mujeres se habían (se comportaban) como los brutos, porque no supieron tenerlas propias y conocidas".
 
(Comentario reales de los Incas, 1609 - libro IX, capítulo XXXI)
 
 
 
 


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