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CINE CON
ALMA MOTERA

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NACIÓ COMO UNA SIMPLE AFICIÓN CON TINTES DE REBELDÍA JUVENIL, COMO UNA AUTÉNTICA LLAMADA A LA LIBERTAD, LA AVENTURA, LA HERMANDAD, LA ASOCIACIÓN, LA ANARQUÍA... AUNQUE TAMBIÉN A LAS BANDAS CALLEJERAS, LA VIOLENCIA Y EL CRIMEN ORGANIZADO. HACE YA BASTANTE TIEMPO QUE EL UNIVERSO DE LAS DOS RUEDAS DEJÓ DE SER UN SIMPLE HOBBY DE MECÁNICOS PARA REPRESENTAR, PARA MUCHOS, TODA UNA FORMA DE VIDA. REALICEMOS UN APASIONANTE RECORRIDO POR EL MUNDO DE AQUELLO A LO QUE ALGUNOS LLAMAN "LA EMOCIÓN DEL EQUILIBRIO DINÁMICO".
 
 
David MORILLO
 

   
 
 
 
Aventura, riesgo y emoción; estos tres aspectos que se ven fielmente reflejados en la recurrente cita de Francisco Javier Bultó, empresario catalán y fundador en el año 1958 de la marca de motocicletas Bultaco: "El placer de montar en moto es la emoción del equilibrio dinámico". A partir de esta vibrante idea, son muchísimas las historias, con sus respectivas luces y sus sombras, que han convertido al invento primigenio de los ingenieros alemanes Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach en el protagonista de un amplio espectro cultural y contracultural: novelas, biografías y cuadernos de viaje, películas, música... Nos quedamos de momento con el género cinematográfico para empezar a repasar algunas de las claves históricas de este gran universo. Las bandas sonoras serán nuestra fiel compañera de viaje para descubrir auténticas joyas del género (no sólo del rock), rodeando y ambientando un espíritu que no solo se encuentra en estas canciones, sino también en los retazos vitales de algunos de sus intérpretes.
 
 
La vuelta a casa
 
El marco de la Segunda Guerra Mundial forjó algunos de los estereotipos y costumbres sociales a los que se suele asociar el mundo de la motocicleta. Camaradería y compañerismo como valores innatos, exaltados por la propaganda de guerra pero con un poso real, necesario y crudo en el escenario bélico europeo. La épica y el compromiso por la victoria contrastaba con el terror y la incertidumbre en la que se encontraban aquellos jóvenes soldados (muchos adolescentes) en su odisea por la Europa nazi, inmersos en un ambiente hostil, a miles de kilómetros de casa y con la supervivencia como fin esencial. A su vuelta, algunos de aquellos corazones de acero estaban tan acostumbrados a la vida de aventuras, adrenalina y peligro incesante que el mero hecho de regresar a casa y reincorporarse a la vida civil resultaba una tarea no ya difícil, sino también frustrante. La cosa se complicaba para aquellos que regresaban con secuelas psicológicas como el estrés postraumático o heridas de guerra graves, desde enfermedades crónicas a la amputación de algún miembro. En los siguientes años, el apoyo y respeto que la sociedad les proporcionaba por su condición de soldados se fue diluyendo en la indiferencia y el rechazo al no poder incorporarse adecuadamente al mercado laboral. Para paliar el hastío de la rutina, la soledad o alguns demonios internos, algunos crearon agrupaciones o clubes que recuperaron aquella sensación de camaradería en torno a una pasión común: la mecánica y el mundo de las dos ruedas.
 
 
   
 

  
 
 
En los Estados Unidos de la posguerra, junto con los veteranos habían desembarcado también multitud de motocicletas, parte del stock militar y ahora como producto de una industria automotriz floreciente. En el campo de batalla se había convertido en un elemento clave para la exploración y el reconocimiento de las líneas enemigas por su gran velocidad y maniobrabilidad. En muchas películas bélicas de la época no faltan las referencias al uso extensivo de este vehículo como la Harley-Davidson WLA de primera fabricación en 1940, a la que se unen otras marcas históricas de la época, como la Indian (en su modelo 741) y las británicas Northon, Triumph y Enfield (productora de equipamiento militar como el célebre fusil Lee-Enfield, entre otros). En su contraparte alemana fue extendida a todo tipo de híbridos entre oruga y motocicleta, aunque la versión que todos recordamos es la clásica BMW R-75. Tripulada con dos soldados alemanes, sidecar y malas intenciones, se convierte en el recurrente enemigo sobre ruedas que persigue a nuestro héroe americano. Como muestra tenemos The Great Escape (John Sturges, 1963), en una de las escenas míticas del género con un Steve McQueen que huye a toda velocidad del ejército alemán, montado en una Triumph T-60.
 
 
Rebeldes con causa o sencillamente criminales
 
La proliferación de los primeros clubes de motociclismo no estuvo exenta de polémica. La existencia de estas agrupaciones a menudo trascienden el gusto por un
hobby, convirtiéndose en auténticas hermandades organizadas en torno un código propio, exaltando la libertad, el inconformismo y, sobre todo, la lealtad al grupo y sus miembros. Sus actividades se extendieron por todo el país y comenzaron a adquirir especial notoriedad con sus concentraciones, especialmente en la costa oeste y en el estado de California, donde en una pequeña localidad llamada Hollister protagonizarán uno de los más célebres incidentes, que será convenientemente explotado por la prensa de la época. En un principio, los clubes eran bienvenidos por la comunidad debido a las grandes oportunidades de negocio que representan las concentraciones (se las conocía como gypsy tours). Sin embargo, la masiva afluencia a esta localidad (4.000 asistentes en una población que no excedía los 4.500 habitantes) empezó a provocar los primeros episodios de alcoholismo, vandalismo y peleas callejeras, así como el problema añadido que implicaba el hospedaje de los motociclistas que a menudo tenían que dormir en plena calle. Todo ello conllevaba problemas con las autoridades locales y la detención de cincuenta personas en los hechos acaecidos el 5 de julio de 1947. Los resultados de aquella Invasión de Hollister (aún objeto de discusión) fueron cubiertos por varios artículos de la prensa de la época, como la revista Life o el San Francisco Chronicle con aquella famosa fotografía tomada por Barney Peterson.
 
A raiz de aquellos sucesos de Hollister nacería la película The Wild One (Lázló Benedek, 1953), que abriría la veda de un nuevo género, con un Marlon Brando en la piel del líder de una banda de motoristas que se dedican a aterrorizar a un pequeño pueblo norteamericano. El perfil del rebelde al margen de la sociedad sería posteriormente explotado por otras figuras del cine como James Dean, y su imagen motivaría tanto la estética de un rutilante Elvis Presley como la temática de su Jailhouse Rock y otras futuras canciones. La banda sonora de The Wild One, por su parte, resume en sus piezas de jazz ese ambiente de emociones fuertes, persecución por parte de las autoridades y conflictos entre el individuo y la moralidad de la sociedad. Un género que ya se encontraba encasillado en el cine negro y en las películas en las que la trama normalmente estaba relacionada con el crimen. En contestación a estos sucesos, la AMA (American Motorcyclist Association) escribió un artículo donde se aduce que "el 99% de sus miembros eran ciudadanos respetuosos con las leyes y que sólo el 1% podía ser considerado fuera de la ley". Proscritos, forajidos o criminales, los outlaws no eran reconocidos por la asociación, motivando la creación de parches con una serie de colores distintivos en la vestimenta de sus socios, un código que los diferenciaba de aquellos. De esta manera, comenzaba el misticismo de los clubes de motoristas al margen de la ley, un concepto que ahondaría profundamente en la subcultura americana.
 
 
 
 

 
 
 
 
El dominio de Los Ángeles
 
Las décadas de los años 50 y 60 presenciaron el pistoletazo de salida para el nacimiento o expansión de algunas de las bandas más emblemáticas (e infames) de la historia de los one percenters. Entre todas ellas destacan sobre todo seis grandes: Outlaws (1935), fundada en un suburbio al oeste de Chicago llamado Cook, es la más antigua y solo acepta miembros con motos de fabricadas en los EE.UU.; Hell's Angels (1948), con origen en Fontana (California), seguramente sea la más famosa, en parte por utilizar las emblemáticas Harley-Davidson; Mongols (1957), fue creada en el sur de California por moteros hispanos a los que se les negó el ingreso en los Hell's Angels; Pagans (1959), nacida en Maryland en defensa de la supremacía blanca y famosa por sus múltiples y sangrientas rivalidades; Vagos (1965), otra californiana, formada en gran parte por integrantes de ascendencia mexicana que procedían de otro club conocido como The Psychos; y Bandidos (1966), banda que surge en Texas y que exalta el orgullo mexicano, también muy enemistada con los Hell's Angels.
 
En la actualidad, los Hell's Angels continúa siendo el club más numeroso y extendido del mundo, con presencia en los cinco continentes, en especial en Europa Occidental, Canadá, Australia, Sudáfrica y Nueva Zelanda. En sus orígenes estaba compuesto por veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Tras los sucesos de Hollister, la banda fue disuelta, pero volvió a ser reconstruida por uno de sus miembros, Arvid Olsen, quien durante la guerra había sido líder de escuadrón en las fuerzas aéreas. En recuerdo del nombre de aquel viejo escuadrón, propuso el nombre de Hell's Angels y la calavera alada como sello del club. Su líder más histórico, Sonny Barger, contribuyó especialmente a convertir a los Hell's Angels en una organización criminal altamente disciplinada, con todo un código de reglas, jerga y simbología propias, reduciendo el logotipo a sus proporciones actuales. En sus actividades y rápida expansión se inspiraría el director Roger Corman para sus The Wild Angels (1966), con un Peter Fonda en el papel de presidente de este club. Corman contrató al grupo de música Davie Allan & The Arrows para la realización de la banda sonora de esta película y de otras pertenecientes a un género que ya se encontraba en plena ebullición. Frente al éxito regular del film, Allan y sus Arrows se convirtieron en todo un referente para el mundo de las dos ruedas con su mayor éxito Blues Theme.
 
 
 
 
 

 
 
 
 
El legado de los Easy Riders
 
Si los surferos tenían a Dick Dale & The Del Tones y su Misirlou, el género de las motocicletas había encontrado en Davie Allan & The Arrows y su Blue Theme su propia melodía natural, que se confirmó en las colaboraciones en largometrajes como Devil's Angels (Daniel Haller, 1967), The Glory Stompers (Anthony M. Lanza, 1968) o el documental Teenage Rebellion (Norman T. Herman y Eriprando Visconti, 1967). Unos años más tarde, con la evolución del rocanrol y la revolución hippie como telón de fondo, aparecía otra de las películas míticas del género. En Easy Rider (Dennis Hopper, 1969)
, Dennis Hopper y un regresado Peter Fonda interpretan a una pareja de moteros contraculturales; espíritus libres en busca de su destino. En esta road movie, el cliché del criminal, tan presente en anteriores películas, se diluye en la épica del eterno viaje por carretera descubriendo América, con sus espacios abiertos y cielos de excepcional pureza, además de la espiritualidad y la trascendencia (alimentada en parte por el consumo de LSD).
 
A la altura del impacto de la propia película se encuentra la banda sonora, compuesta por temas que ilustran la transición al rock de los años 70. Junto con la emblemática Born to Be Wild la banda californiana Steppenwolf aporta The Pusher, un tema lleno de épica y cadencia blues y que comparte espacio con pesos pesados como The Jimi Hendrix Experience con If 6 Was 9, The Byrds con Wasn't Born to Follow, The Holy Modal Rounders con If You Want to Be a Bird (Bird Song) y Fraternity of Man con Don't Bogart Me, un resumen a la filosofía del fumador de marihuana. El cierre lo aporta un Bob Dylan reincorporado a mitad del rodaje (gracias a la insistencia de Peter Fonda), que junto a Roger McGuinn de The Byrds, produce el tema principal del film: The Ballad of Easy RiderA lo largo de la década de los años 70 y siguiendo la estela de Easy Rider serían numerosas las producciones ambientadas en el universo de la motocicleta. En Chrome and Hot Leather (Lee Frost, 1971), Marvin Gaye hizo su segunda aparición en el cine en una historia sobre venganzas personales (y agravio por parte de una banda de outlaws), mientras que un par de años después, Chicago tendría su propia película motera de culto con Electra Glide in Blue (James William Guercio, 1973). Posteriormente, irían tomando el testigo otro tipo de largometrajes, ya sin participación tan expresa de la motocicleta en escena, entre ellas la también película de culto ambientada en un futuro postapocalíptico Mad Max (George Miller, 1979). 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
Modsrockers y la ópera rock británica
 
Mientras en América predominaban las luchas entre los one percenters, en el Reino Unido, la batalla por el dominio de las calles la protagonizaban los mods y los rockers. Enfrentados desde la década de los años 60, estas dos tribus urbanas compartían la misma pasión por la motocicleta como símbolo identitario, pero defendían estilos contrapuestos. Por un lado, los rockers circulaban sobre todo por las afueras de las ciudades y montaban en Triumph y otras motocicletas de gran cilindrada. Amantes de la música de Elvis Presley y Chuck Berry, solían llevar vistosos tupés y amplias patillas y vestían con chupas de cuero a la tónica de Marlon Brando en The Wild One. Las ansias de individualismo y autocomplacencia de los miembros de este colectivo se mezclaban con el sentimiento de pertenencia a un grupo de personas que se sentían igual que ellos. Por su parte, los mods eran de origen italiano, beatnicks reconvertidos, amantes del blues y de los aires r&b (posteriormente influenciados por el rocksteady en su mutación hacia los rude boys). Solían frecuentar más las zonas urbanas, anhelaban una vida de desenfreno, montaban scooters italianas como la Vespa y la Lambretta y vestían chaquetas y gabardinas. Además, tenían un sentido de la hermandad mucho más profundo que los rockers. Esta rivalidad urbana fue llevada por primera vez a la gran pantalla con la película Quadrophenia (Franc Roddam, 1973). En ella, la banda londinense The Who volvería a crear una ópera rock a la estela de Tommy (1969), esta vez con la historia del mod Jimmy, un rebelde desencantado con la realidad que le rodea, igual que Johnny en Salvaje pero con sabor británico.
 
 
 
 
 

 
 
 
 
Prince: Purple Rain
 
En la década de los años 80, llegaría
Prince en el papel de El Niño (The Kid), un adolescente conflictivo y atormentado por problemas familiares. Este personaje intenta sobrevivir en el crudo mundo de la música en la ciudad de Mineápolis, ensayando durante el día con su banda, The Revolution, y actuando por las noches. Durante todo el film, el protagonista siempre aparece montando una Honda CM450E de color morado. El musical Purple Rain (Albert Magnoli, 1984) catapulta definitivamente a Prince a la fama, con una acertada mezcla de r&b, pop, rock y heavy metal, que bebe también de la psicodelia (en recuerdo de aquel Purple Haze de Jimi Hendrix). Esta película ganaría un premio Óscar a la Mejor Banda Sonora Original, una banda sonora que consiguió vender más de 10 millones de copias solo en Estados Unidos y 20 millones en todo el mundo. Sin duda, el ejercicio estilístico de Purple Rain es el que marcará el camino para la eclosión de las superestrellas, especialmente de las estrellas del rock. Por otra parte, algunas bandas de heavy metal también se identifican plenamente con la estética motera. Podemos encontrar ejemplos muy claros en Meat Loaf con su álbum Bat Out of Hell (1977), con una tan oscura como evidente portada, o en los británicos Saxon con Wheels of Steel (1980) y Judas Priest con Painkiller (1990).  
 
 
 
 
 

 
 
 
 
Un renacimiento controvertido
 
Mientras un siglo se despide, una nueva ola de películas moteras irrumpen en el género cinematográfico con un interés renovado, pero con resultados cercanos a la catástrofe. Replicando otros largometrajes a las cuatro ruedas ambientadas en el mundo de las carreras ilegales, principalmente la saga Fast and Furious, películas como Biker Boyz (Reggie Rock Bytherwood, 2003) o Torque (Joseph Kahn, 2004) se alejan de la carretera para internarse en un ambiente estrictamente urbano, con sofisticadas máquinas de gran cilindrada y con la estética y los ritmos hip hop de Redman, Ja Rule, Jadakiss o Swizz Beatz, el nu-metal de Kid Rock o el punk rock de MxPx o Pennywise. Otros intentos por recuperar las esencias heredadas de Easy Rider y Salvaje entroncan con grupos de música más alternativos y de nueva manufactura y mirada retro como Black Rebel Motorcycle Club. En el celuloide, Quentin Tarantino traduciría a su personalizada visión de cruda y desmedida violencia aquel mundo mundo sucio y canalla de criminales a dos ruedas en Hell Ride (2008) con la aparición estelar de un ya crepuscular Dennis Hopper. Su banda sonora es un popurrí de diferentes films que sirvieron de inspiración para Tarantino, como por ejemplo Hell's Belles (Maury Dexter, 1970). Sin embargo, los últimos y más exitosos intentos por recuperar toda esta atmósfera se han dado en la pequeña pantalla, sobre todo a través de la serie Sons of Anarchy (Kurt Sutter, 2008), que aporta una visión más realista y creíble sin abandonar ni mucho menos la órbita de la criminalidad. Un eterno estigma paliado, por suerte, por la música.  
 
 
 
 
 

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